Artículo escrito por: Noelia Fernández, Consultora de Igualdad.
Pasa desapercibido y es menos firme, pero resulta igual de complicado acabar con él. Desde hace un tiempo, los diferentes feminismos aspiran a destruir el afamado “techo de cristal”, sin embargo, existe otro obstáculo que no permite transformar las jerarquías estructurales del ámbito laboral y con el cual deben lidiar las mujeres a diario; el suelo pegajoso. Este término hace referencia a todas aquellas dificultades a las que se enfrentan las mujeres, en comparación con los hombres, a la hora de abandonar los puestos de trabajo más precarios, que requieren una mayor temporalidad o que están peor remunerados.
Es bien sabido que una de las características más evidentes de la división sexual del trabajo es la concentración de las mujeres en todos aquellos puestos relacionados con el cuidado de otras personas. La limpieza, la enfermería, la educación, la atención a personas dependientes o los trabajos sociales en general, han sido y siguen siendo considerados los sectores más feminizados del escenario laboral. En este punto nos alerta la correlación existente entre los puestos de trabajo que ocupan las mujeres y el bajo rango retributivo que caracteriza sus convenios colectivos. Sin embargo, no se trata solo de eso, a ello se le suma la limitación o la imposibilidad de promocionar, entre otras razones, porque la asunción de las responsabilidades domésticas les dificulta, y, en muchos casos, les impide desarrollar potencialmente su carrera profesional.
A la luz de cuanto precede, cabe destacar un reciente informe realizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) junto a la Organización Mundial de la Salud (OMS), que revela que la brecha salarial entre hombres y mujeres en el sector de la salud y los cuidados alcanza una media del 20% a nivel global, y que este porcentaje aumenta hasta un 24% cuando se contemplan factores como la educación, la edad o el tiempo de trabajo.
Cifras que se convierten en preocupantes si tomamos en consideración que las mujeres constituyen ni más ni menos que el 67% de la ocupación mundial de este sector.
Para más inri, el informe mencionado señala que las diferencias por razón de sexo incrementan durante los años de reproducción de las mujeres, puesto que son ellas quienes se ocupan en gran medida de las obligaciones familiares. Sin duda alguna, esta es la causa principal por la que las mujeres soportan una mayor precariedad laboral, que se traduce en contratos temporales, parciales o reducciones de jornada.
La insuficiente corresponsabilidad entre hombres y mujeres en el cuidado de las labores familiares es lo que hace que se vean obligadas a aceptar este tipo de modalidades contractuales que facilitan la conciliación de su vida laboral con la personal y la familiar. Basta con echar un vistazo a la ratio de mujeres que recurren a las reducciones de jornada por cuidado de menores para darse cuenta de la limitada implicación de los hombres en este aspecto.
El suelo pegajoso es una realidad y su mayor consecuencia es la carga emocional a la cual se ven expuestas todas aquellas mujeres perjudicadas por este fenómeno, dado que las dobles jornadas y los múltiples problemas que ello genera, provoca que en ocasiones tengan que decidir entre permitirse crecer a nivel profesional o seguir cuidando de su familia.
Solo la determinación de la acción política a la hora de construir un sistema integral y público de cuidados, unido a un cambio de conciencia en la sociedad y a la creación de una cultura empresarial que valore la reasignación de los trabajos desde una perspectiva de género, posibilitará que las mujeres se despeguen del suelo y nos conducirá a erradicar las desigualdades de género de la pirámide económica.