Las mujeres que ejercemos un papel en el mercado laboral no solemos plantearnos por que al llegar a casa debemos seguir con las labores del hogar, simplemente lo hacemos. Si todas nos detuviéramos a cuestionar por qué seguimos sosteniendo esta estructura de cuidados gratuito y decidiéramos dejar de hacerlo ¿colapsaría el sistema?
María Ángeles Durán, en su artículo Las cuentas del cuidado, señala que, si se cuantificara económicamente la labor de los cuidados, representaría una parte sustancial del PIB de cualquier país. Sin embargo, al no ser un ejercicio que pueda ser medido en términos monetarios, se diluye su importancia bajo conceptos abstractos arraigados al canon del género femenino, como el amor o el instinto maternal.
En nuestra sociedad la idea de emancipación y el éxito laboral de la mujer convive junto a la necesidad estructural de contar con trabajadoras gratuitas que sostengan las labores de cuidado sin que se cuestionen esta imposición. No contamos con ningún acuerdo colectivo ni podemos aferrarnos a un horario laboral pactado. Nuestra disponibilidad laboral del cuidado se presupone a nuestra realidad como mujer y se oculta tras la máscara del amor al prójimo.
A esto se suma la tendencia hacia el individualismo, haciendo que los problemas estructurales del sistema pasen a ser una cuestión personas de “falta de organización” o “ansiedad”. La sociedad nos empuja a sentirnos continuamente culpables de no llegar a alcanzar un ideal absolutamente contradictorio, derivando en síndromes como el de la Super woman, descrito por primera vez por Marjorie Hansen Shaevitz en 1984, en su obra homónima.
La mujer trabajadora idealizada por el sistema contemporáneo es la mujer que interioriza esta obligación de equilibrar estas dos dimensiones sin ningún tipo de resistencia, sin pedir ayuda y sin quejarse. Este modelo no es más que una fantasía que refuerza la idea de mujer servicial imponiéndonos una sobrecarga insostenible, en la que se glorifica la multitarea femenina mientras se perpetúa la desigualdad bajo una falsa sensación de control.
Podríamos pensar que la solución a esto reside en la implementación de medidas de conciliación, pero no basta con que las mujeres tengan facilidades para compatibilizar trabajo y familia. La corresponsabilidad es el paso fundamental, ya que es imprescindible que los hombres se involucren activamente en las tareas de cuidado.
Las empresas tienen un papel fundamental en este cambio, no solo implementando medidas que permitan una conciliación real, sino promoviendo una cultura organizativa que eduque en corresponsabilidad, desmontando la idea de que el cuidado es exclusivamente femenino. La flexibilidad laboral y la implantación de medidas que fomenten la implicación de los hombres en las responsabilidades familiares son pasos esenciales que pueden implementar las empresas.
Un mundo más equitativo no se logrará solo con la integración de las mujeres en el mercado laboral, sino con una transformación profunda de los valores del trabajo de cuidados. Si el cuidado es imprescindible para sostener la vida, debe ser una responsabilidad compartida.