“La mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa[1]”
La realidad social es un tapiz que se elabora de manera conjunta por las personas que componen determinada sociedad, aunque bien es cierto que las pautas del hilado son marcadas de forma precisa y sistemática por una estructura jerárquica de tradición patriarcal.
La violencia hacia la mujer, en sus múltiples y distintas expresiones, se ha usado como herramienta principal de control con el objetivo de asegurar la perpetuación de las estructuras de poder clásicas. El trabajo de cuidados recae en las mujeres a escala mundial, sin excepción, siendo las que realizan las tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado, suponiendo el 76,2% del total de horas dedicadas al mismo, según afirma la OIT,.[2] Esta realidad establece un sustento básico sobre el que se asegura el funcionamiento de los sistemas económicos y sociales tal y como lo conocemos.
Al asumir el rol de cuidadoras, muchas mujeres se ven forzadas a renunciar a empleos remunerados o a reducir sus horas laborales para atender las labores asociadas a este[3], lo que crea una dependencia hacia la persona que genera ingresos en la relación o unidad familiar. Este vínculo financiero, unido a la asunción de las tareas de cuidado, dificulta la toma de decisiones de forma independiente, lo que forma parte del patrón general de comportamientos abusivos y violentos a los que recurren los maltratadores para obtener y mantener el control sobre su pareja u otra víctima en el hogar[4].
Rueda de Poder y Control: Creado por el Centro Nacional de Violencia Domestica y Sexual,
esta rueda es una manera para entender el patrón de los comportamiento abusivo y violento
que son usados por el abusador para establecer y mantener control sobre su pareja.
En España contamos con el caso de Ana Orantes; Su asesinato, perpetrado por su exmarido, cambió la percepción de la sociedad española sobre la violencia contra la mujer. En su testimonio televisado, cita el primer suceso de violencia física y comenta que su suegra, después de conocer que su marido había intervenido en esta agresión, le dijo que “no tenía que meterse en su matrimonio ni para cuando le diera una bofetada ni para cuando le diera un beso” Seguido comenta que a partir de ahí comenzaron las palizas.
En ese momento, la violencia física hacia la mujer estaba totalmente normalizada y aceptada, tanto que se llegó a minimizar el caso por parte del Vicepresidente del Gobierno, Álvarez Cascos, quien lo calificó como "un caso aislado, obra de un excéntrico", rechazando así la idea de un problema estructural. Aun así, su asesinato supuso un punto de inflexión en la sociedad respecto a la protección de las mujeres víctimas de violencia de género, que se tradujo en la reforma del Código Penal y de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, introduciendo el delito de "violencia psíquica ejercida con carácter habitual" y una nueva medida cautelar que permitía el distanciamiento físico entre el agresor y la víctima (Ley 14/1999).
Actualmente, seguimos observando una normalización de la violencia hacia la mujer, ahora trasladada al ámbito digital. El anonimato y la instrumentalización de los sujetos, unido al fácil acceso a la información y difusión del mismo, supone una nueva dimensión de dominación sobre la víctima, que puede afectar tanto a su vida privada como a su imagen pública.
Las redes sociales también pueden servir de altavoz para las mujeres que sufren violencia. El movimiento #MeToo surgió en 2017, proporcionado una plataforma para que las mujeres compartieran sus experiencias de acoso sexual en el trabajo. Sin embargo, este movimiento coincidió con la era de las "fake news", desafiando la noción de verdad en la esfera pública. Sarah Banet-Weiser y Kathryn Claire Higgins nos hablan de la credibilidad del testimonio de las mujeres en la esfera pública y afirman que, para hablar de tal modo que lo que decimos se tenga por verdadero en nuestro entorno social, nuestro discurso pasa a ser objeto de negociaciones públicas que parten de nuestros rasgos subjetivos, siendo estos quiénes somos, y nuestra destreza performativa, lo que sabemos hacer[1].
Vivimos en una sociedad mediatizada, donde la credibilidad hacia la mujer y la verdad se cuestionan y negocian, siempre en detrimento de la integridad de ésta. Sin un cambio sustancial de la tradición jerarquizada patriarcal y de la educación que la transmite, la sociedad está condenada a repetir los patrones de violencia, adaptándose éstos a las nuevas herramientas sociales.
[1] Banet-Weiser, S. y C. Higgins, K. (2023). Believability. Sexual Violence, Media and the Politics of Doubt. Barlin Project SL
[1] «Don Quijote de la Mancha». Primera parte. Capítulo V (1 de 2).
[2] Laura Addati, Umberto Cattaneo, Valeria Esquivel e Isabel Valarino. (1 de julio de 2019). El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente
[3] Villarías, I. M., Pérez, Z. R., Combarro, A. C., & Villarías, R. (2007). Interpretando el cuidado. Por qué cuidan sólo las mujeres y qué podemos hacer para evitarlo. Zerbitzuan: Gizarte zerbitzuetarako aldizkaria = Revista de servicios sociales, 42, 29-38. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2535981
[4] Qué es el maltrato en el hogar? | Naciones Unidas., https://www.un.org/es/coronavirus/what-is-domestic-abuse