Artículo escrito por: Cristina Maestre, Gerente de Igualia.

En los últimos tiempos hemos vivido una de las situaciones más variopintas en el panorama legislativo actual, y es que hemos visto como una ley pasaba a ser objeto del mismo juicio al que se ven sometidas las personas a las que la misma pretendía proteger: ¿Será o no será? Como si de una novela de Shakespeare se tratara y a veces con la misma visión desde la barrera, como si de lo que se estuviese hablando fuera de personajes sacados de la ficción y sin contacto con el mundo real, el colectivo trans se ha vuelto a ver forzado a defender un derecho tan básico como es el de poder existir. Porque la cuestión va más allá del ser o no ser, y es que Parménides estaría orgulloso de ver cómo personas que ni siquiera conocen su nombre siguen su filosofía presocrática al pie de la letra y afirman que la realidad para ser, debe ser una, inmutable, indivisible, indestructible, ingénita y finita. Y solo así el ser es, y el no ser no existe.

Ahora que se acerca el fin del mes dedicado al orgullo LGTBI+ vale la pena recordar que fue esa “T” que a veces se pierde en el mar de iniciales que conforman el colectivo la que, en la madrugada del 28 de junio de 1969, fue la cabeza de los disturbios de Stonewall y, por consiguiente, de la lucha de un colectivo que, por aquel entonces, ni siquiera contaba con esta T entre sus siglas.

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El Stonewall Inn de Nueva York era un popular lugar de reunión para personas LGTBI+ en una época en la que la homosexualidad no solo era objeto de discriminación generalizada a nivel social, sino que en la mayor parte de Estados Unidos existían leyes que penalizaban la homosexualidad. En muchas ciudades, incluida Nueva York, los establecimientos que servían de refugio a las personas LGTBI+, como bares y clubes, eran con frecuencia objeto de redadas policiales. Estas redadas se llevaban a cabo con el pretexto de hacer cumplir las leyes que prohibían servir alcohol cualquier persona que mostrara una orientación sexual, identidad o expresión de género diferente.

Una de esas redadas policiales ocurrió dicho 28 de junio de 1969, con la diferencia de que, esta vez, las personas de Stonewall se resistieron a la detención y se enfrentaron a la policía, convirtiéndose este enfrentamiento en días de protestas y manifestaciones que tuvieron en contra a todas las fuerzas del orden.

Estos disturbios representaron un punto de inflexión en el que las personas del colectivo LGTBI+, que llevaban mucho tiempo sufriendo acoso, discriminación y violencia, se negaron a permanecer más tiempo en silencio, dando inicio con estos disturbios a una oleada de activismo a favor del colectivo y la formación de numerosas organizaciones dedicadas a defender la igualdad de derechos.

Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, ambas mujeres trans, desempeñaron un papel crucial en los disturbios de Stonewall y en el posterior activismo LGTBI+. Su participación tanto en las revueltas como su posterior contribución al activismo LGTBI+ fueron determinantes para construir los cimientos de lo que hoy es la lucha por los derechos del colectivo. Más allá de su participación en los disturbios, Marsha y Sylvia fundaron el Street Transvestite Action Revolutionaries (STAR), un refugio seguro y de apoyo para las personas trans y aquellas no conformes con su género, especialmente destinado a aquellas que carecían de hogar o ejercían el trabajo sexual.

Marsha y Sylvia dedicaron sus vidas a defender lo que entonces aún se llamaba la “comunidad gay”, término que englobaba a todas las personas que ahora se entienden dentro del colectivo LGTBI+, no siendo visibilizadas y reconocidas como las figuras emblemáticas que son hoy en la lucha por los derechos de las personas trans hasta mucho después de que su activismo allanara el camino para el progreso de los derechos de las personas trans.

Han pasado 54 años desde se lanzaron las primeras piedras en las revueltas de Stonewall, y aún existen personas, fuera y dentro del colectivo, que se cuestionan la importancia de la lucha por los derechos de las personas trans. Tanto ha sido así que se han tardado casi tres años en conseguir aprobar una ley que, nada más nacer, ya tiene a personas intentando darle muerte. Pero, tal y como demostraron Martha y Sylvia hace 54 años, la resiliencia y resistencia de la comunidad trans es mucho más fuerte de lo que sus detractores pueden imaginar.

Ahora la ley trans, que tantos querían que no fuera, es. Pero da igual si las voces que quieren que vuelva a no ser puedan ganar la batalla, al final la lucha que importa no es la política sino la social.

Este 28 de junio, aniversario de los disturbios de Stonewall, conmemoramos una de las fechas más importantes en la historia del activismo LGTBI+. Nos sirve para recordar la lucha constante por la igualdad y la resistencia de esta comunidad ante quienes quieren volver a esa Nueva York de redadas e injusticias. Y sí, en esa lucha también se incluye a la “T”.

 

#igualdad, #diversidad#discriminación

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