Artículo escrito por: Eli Gallardo, Consultora de Igualdad.
El día Internacional de las trabajadoras del hogar se conmemora cada año desde el 30 de marzo de 1988, ya que este mismo día tuvo lugar el Primer Congreso de Trabajadoras del Hogar en Bogotá (Colombia). Fue en este congreso donde se puso en relieve la precarización que sufría este sector, compuesto mayoritariamente por mujeres migrantes o con escasos medios dándose de hecho una triple discriminación.
Las mujeres del sector pusieron en evidencia la falta de una normativa que les amparara, exigiendo por esto una visibilización social, pero también un pago digno por su labor, así como una respuesta y compromiso por parte del estado. Años más tarde, y gracias a las reivindicaciones que desde este colectivo se generaban, en 2011 la Organización de las Naciones Unidas, mediante la Organización Internacional del Trabajo, se acuerda el Convenio 189 de la OIT, buscando la dignificación del empleo en el hogar y su reconocimiento en torno a su contribución en la economía. Al mismo tiempo, dicho convenio establece normas específicas promoviendo condiciones laborales decentes para las personas empleadas del hogar. No obstante, y tras 12 años de aquel movimiento, España no se ha ratificado en este convenio.
Si realizamos un breve resumen histórico para contextualizar las labores domésticas, observamos una manifestación fraccionada en clases sociales, en las que aquellas que tienen mayor riqueza y poder adquisitivo se hacen servir por quienes no cuentan con esos “privilegios”. Empezando por la prehistoria y pasando por los imperios egipcios, romanos y griegos, fue durante el feudalismo y posteriormente bajo el colonialismo donde empieza a tomar fuerza la esclavitud y otras formas de servidumbre, datándolas ya de un carácter segregativo en función de la jerarquía social y sexo.
En la revolución industrial, con el éxodo rural, aun se diferenció más el trabajo, pues los hombres trabajaban en las fábricas mientras las mujeres desarrollaban su labor en casas burguesas como criadas. La pobreza y migraciones en la guerra civil española favoreció que un mayor número de mujeres fueran criadas. A partir del 1970, las luchas feministas visibilizaron el valor de las mujeres en el mercado laboral. Se reivindicó el derecho de la incorporación de las mujeres en los espacios públicos, pero este movimiento abrió las llagas de la segregación laboral existente al encontrarse en un mercado laboral hecho a medida para los hombres. Este fue el detonante de lo que podríamos considerar la “crisis de los cuidados”, pues ahora las mujeres tenían que trabajar tanto dentro como fuera de casa, mientras las políticas gubernamentales no habían despertado frente a esta realidad social. A partir de los ´90, la globalización y el capitalismo crea la necesidad de mano de obra, extendiendo un movimiento de mujeres que migran desde países del sur a países del norte para el empleo de hogar.
En conclusión, se marca el carácter histórico del área laboral de trabajadoras del hogar, en donde la segregación y la precarización de estos puestos de trabajo ha sido una constante a lo largo de toda su trayectoria. Debido a esta casuística particular, el trabajo doméstico se nutre de particularidades propias en relación a las demás actividades que lo hacen, en general, más vulnerable.
Es por ello que se considera de trascendental importancia atacar a través de normativas, las causas fundamentales que colocan a este colectivo en una situación de clara desventaja frente a las demás personas trabajadoras. Se entiende que con políticas públicas específicas y un claro cumplimiento con el Convenio 189 de la OIT se contribuiría a consolidar el trabajo de empleada del hogar, a fin de que este sea considerado y respetado por toda la población como un trabajo digno al igual que cualquier otro. Asimismo, serían pasos importantes a efectos de disminuir la brecha de género existente en el mercado laboral (Bene, N., Díaz, D., Ramarella, J., 2012).